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Juanone Pair

Un santo apetito

Nasrudín recibió un día la visita de un derviche conocido por su santidad y por la extrema austeridad de sus costumbres. Le ofreció hospitalidad y le preguntó si deseaba comer algo.
- Como muy poco -le dijo el hombre santo-. Unas cuantas hierbas, una o dos frutas. Algunos días me contento con un vaso de agua y unos granos de arroz. Pero, si deseas comer, puedo acompañarte para darte gusto. Es desagradable comer solo.
- Exacto -le dijo Nasrudin-. Y te agradezco que aceptes mi ofrecimiento. ¿Qué quieres comer?
- Lo que tengas.
- ¿Unos huevos al plato te parecen bien?
- Muy bien.
- ¿Te gustan poco hechos o muy hechos?
- Me da lo mismo -dijo el derviche-, pero ya que lo preguntas, no me gustán demasiado cuando se preparan en sartén con aceite.
- ¿Cómo quieres que te los prepare?
- ¡Ah!, muy simples, sobre una piedra caliente. Si te parece, coloca las yemas bien centradas y ten cuidado sobre todo de que no se revienten.
- Tendré cuidado. ¿Bien hechos?
- Sí, bien hechos, pero no demasiado. Que los bordes de las claras estén apenas dorados, ¿sabes cómo te digo?
- Muy bien.
- En el último momento, unas gotas de vinagre serían muy oportunas. ¿Tienes vinagre?
- Por supuesto.
- ¿Vinagre bueno?
- Sí, un vinagre muy bueno. Dime: ¿Te gustan los huevos salados?
- No, no demasiado. Pero con sal marina, por favor. Y un pellizco de orégano al final con un par de dados de ajo.

Nasrudín le dijo entonces:
- Tengo que decirte que la gallina que ha puesto esos huevos se llama Miza. ¿Te parece bien eso?

<Cuento popular marroquí>

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